Soy mala persona
Sí, no se asusten. Desde que mi hija vino al mundo disfruto
de las navidades mucho más que antes de que ella estuviera conmigo. Es cierto
que tengo que darme la paliza para poner mi casa como si fuera una sucursal de
Las Vegas, ir como geisha por arrozal para cuadrar nuestro desplazamiento a
casa de mis padres y elaborar toda una serie de complejos guiones para que mi
niña averigüe lo más tarde posible la verdadera identidad de los Reyes Magos. Es más. Desde hace muchos años no pido nunca nada. Me gustan
las sorpresas y soy fácil de contentar. Nunca he devuelto un regalo y siempre
me he adaptado a las circunstancias.
Este año he hecho una excepción. He sido egoísta y he pedido
algo. Bien es cierto que no se trata de nada material y que tampoco es para mí,
pero no se dejen engañar. Mi generosidad tiene truco.
Estoy harta de vivir en un país de pandereta cuya imagen de
cara al exterior es cada día más lamentable. Estoy harta de que la meritocracia
sea una palabra de esas que muchos creen que es un insulto. Estoy harta de que los políticos que nos gobiernan sean una pandilla (decir oligarquía sería elevar
su nivel... y válgame Dios) de gentuza agarrada como garrapatas a un comodísimo
sillón cobrando varios sueldos millonarios mientras además roban a espuertas
porque saben que nunca les pasará nada.
Estoy harta de que esta casta y la otra; la de los
empresarios hechos a imagen y semejanza del gusano Díaz Ferrán me digan que he
vivido por encima de mis posibilidades y que estoy en el paro por culpa de la
crisis; una crisis que ninguno supo o quiso anticipar y que ahora nadie sabe
resolver. Estoy harta de que el sistema me trate como a una parásita inmunda
cuando ninguno de los que están en ese maldito ajo asume nunca jamás ninguna
responsabilidad de lo que ha hecho o ha dejado de hacer.
He dejado de ver los informativos por higiene mental y
porque también estoy harta de escuchar sólo basura que me enerva por momentos.
Por todo eso y por mucho más que no vamos a repetir para no acabar echando
hasta la última papilla he pedido una sola cosa.
Que todos y cada uno de los sinvergüenzas que campan a sus
anchas por este país sientan en sus carnes las consecuencias de lo que sus
tropelías han causado en los demás. La cosa sería una suerte del "ojo por
ojo; diente por diente" de toda la vida; pero customizado.
Así, me gustaría que el señor Díaz Ferrán fuera un día a
sacar dinero al cajero y éste le devolviera un corte de mangas bien grande. Me
gustaría que tuviera que rebuscar en la basura su comida diaria y que se
tuviera que asear en albergues sociales. Me gustaría que la gente le volviera
la cara ante su aspecto desharrapado y tuviera que arrastrarse ante algún
capullo que le dijera que la solución es "trabajar más y ganar
menos".
Me gustaría que Urdangarín tuviera que vivir de la
beneficencia, que Lasquetty tuviera que esperar dos años para operarse mientras
otros enchufados pasan por delante de sus narices sugiriendo que su dolencia no
es urgente y que financiar la intervención no es rentable; eso quizá le motivaría a la hora de cuidarse más. Me gustaría que
todos los chorizos que han hecho su agosto trincando de la Sanidad, la
Educación y otros sectores públicos se quedaran de repente en el limbo por
aquello de que lo público no es de nadie.
Y sobre todo y por encima de todas las cosas me gustaría que
todos los zánganos, incompetentes, enchufados, vagos, chulos, ineptos e hijos
de la grandísima puta que han tenido algo que ver en la tragedia del MadridArena sientan en cada una de sus células el dolor de las familias y amigos de
las cinco chicas fallecidas en el concierto.
Resulta nauseabundo ver cómo nadie estaba donde tenía que estar,
nadie cumplía lo que tenía que cumplir, nadie estaba capacitado para llevar a
cabo la tarea que supuestamente estaba llevando a cabo, nadie controlaba lo que
tenía que controlar... y ver cómo ahora todos, absolutamente todos, se lavan las
manos haciendo gala de una cobardía, una poca vergüenza y un descaro que dan
ganas de darles una paliza detrás de otra mientras piensas en todas las veces en las que esta cadena de despropósitos se habrá repetido sin que, gracias al cielo, haya pasado nada.
¿Cuántos dedazos ha habido hasta ahora? ¿Cuántas irregularidades? ¿Cuántos favores? ¿Cuántas negligencias? ¿Cuántas denuncias no escuchadas? ¿Cuánto dinero "de más" han hecho todos estos cabrones a costa del desenfreno de las macrofiestas?
Me gustaría que todos los implicados, desde la absurda
alcaldesa y de ahí para abajo recibieran como regalo de Reyes una agonía lenta
y dolorosa. Un sufrimiento largo y muy profundo... mientras los demás nos
envolvemos en los barros de un spa; eso sí, pensando mucho en ello.
Te he linkeado en todo lo que sé linkear o cómo coño se diga ¡Yo quiero escribir como tú!!!!!!!!!!!
ResponderEliminarMil gracias... estas pataletas la dejan a una nueva!
EliminarCoraje, buen diagnóstico e implacablemente bien expresado, mejor imposible. Toda mi consideración.
ResponderEliminarGracias Ramón. Un abrazo.
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