Con la que está cayendo...

Las cifras del paro han bajado un poco. Disculpen si no doy saltos de alegría, pero me temo que esto no es más que un espejismo. Me explico. Me alegro por todos aquellos que han logrado colarse entre esos 46.050 nuevos ocupados y deseo fervientemente, por la cuenta que me tiene entre otras cosas, que esta cifra vaya engordando más y más.

Sin embargo, una vez superada esta pildorita de alegría, no tengo por menos que pensar en todo el camino que nos queda por recorrer. Creo que si no hacemos una profunda reflexión de las razones que nos han llevado hasta aquí y, sobre todo, de los motivos por los que nos está costando levantar cabeza, estaremos condenados a repetir esta historia que está adquiriendo tintes verdaderamente trágicos en algunas familias, muchas de las cuales (otras sí, para qué negarlo) no han vivido por encima de sus posibilidades por mucho que lo repitan hasta la saciedad políticos y empresarios de diverso pelaje.

Y es que, con la que está cayendo (frase que tenía que pronunciar si no reviento) hay ciertas conductas que no me termino de explicar.
  • Me resulta sorprendente que una dependienta de Zara, localizada en una de las zonas más turísticas de Madrid, se agarre un cabreo de mil demonios porque una clienta extranjera le pregunta, chapurreando español de manera educadísima, que dónde puede pagar las prendas que ha decidido comprar.
  • Me alucina que, además de darle cuatro gritos "a la guiri", a la que finalmente tengo que indicar que la caja está en la primera planta, la niñata comente la jugada con otra compañera preguntándose por qué demonios tiene ella que hablar inglés. ¡Habrase visto qué insolencia! pedirle a una que se defienda en una lengua como el inglés cuando miles de angloparlantes pasan por tu establecimiento a diario.
  • Me enciende que otra que tal baila, aunque esta vez en El Corte Inglés, me indique que "lo que ponga la etiqueta" cuando le pregunto si una blusa se puede lavar en la lavadora. Aclaro: la prenda no llevaba etiqueta. Sé leer con bastante fluidez desde que tenía 5 años y, finalmente, no creo necesario verle la campanilla mientras me habla y masca chicle.
  • Me deja ojiplática que tres funcionarias de la oficina de empleo del distrito de Ciudad Lineal se vayan a desayunar a la vez cuando la cola de gente da la vuelta a la manzana.
  • Me quedo muerta cuando una administrativa del Hospital Civil de Málaga afirma toda seria ella que "el escáner no se ha perdido; es que no lo encontramos" mientras come pipas con sal: sal que se esparce a modo de profusa nevada por su chaqueta llena de roña.
  • Me caigo de culo cuando el personal administrativo que trabaja en la sanidad madrileña se indigna por los recortes, la privatización y demás historietas cuando no es capaz ni de organizar la cola de los que llegamos a sacarnos sangre en el centro de salud Daroca. Creía que el hecho de llevar mi número en la mano era más que suficiente, pero me equivocaba, como la paloma de Alberti, igualito.
  • Me dan ganas de gritar cuando la pediatra de la hija de una amiga, que lleva cinco meses con un bulto en el ojo, le pregunta que qué quiere que haga ella. Nada mujer, tú no hagas nada. Ni siquiera te molestes en elaborar una explicación menos estúpida. A ver si llevando a la niña a la mercería dan con la solución.
  • Casi me echo a llorar cuando le pido a una dependienta de Zara (San Sebastián de los Reyes, Madrid) otra talla de pantalón y me dice que no sabe si hay y que tampoco puede ir a mirarlo. Bonita: entiendo que estés sola en la zona de probadores doblando todo lo que la gente ha desparramado sobre el mostrador pero creo que el walkie y el pinganillo que llevas adosado a tu cuerpo te lo han puesto ahí para que pidas ayuda a alguna compañera, no para que imites a Madonna.
  • Me parto de risa cuando gente que no sabe hacer la O (ya saben, la vocal) con un canuto habla tan alegremente de que "eso parece el tercer mundo" cuando el viaje más largo que han hecho ha sido a Marina D'or; y eso sí que es espeluznante.
  • Me quedo perpleja cuando pensamos que hay países que son auténticas repúblicas bananeras y vivimos en un país que acaba de salir en el New York Times por ser adalid de "la corrupción, el soborno y el pago de favores".
  • Me quedo sin aliento cuando cuatro patrioteros de pacotilla rebaten este tipo de informaciones con frases del tipo: "en todos sitios cuecen habas", "ellos no tienen tapas y cañas", "¡a por ellos, oé!"
  • Estoy por ponerme a llorar cuando veo que la hostelería es la que tira de nuestra maltrecha economía y algunos camareros se permiten tirarte la comida a la cara como si estuvieras en una cochiquera o te apremian a pagar la cuenta porque van a hacer caja cuando ni siquiera te han traído una cucharita para el café que se está quedando helado en la mesa. 
  • En esta misma línea no doy crédito cuando una camarera inexperta se rebota porque el encargado le insta a que se recoja sus greñas en una coleta. Que Cristo y sus clavos nos cojan confesados.
Dicho esto os dejo, que tengo que ir a por un palillo para ponerme entre los dientes porque he quedado en el bar de abajo para indignarme con Angela Merkel. Al parecer quiere que si vamos a trabajar a Alemania al menos aprendamos algo de alemán; la muy zorra.

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