Quisiera ser un pez

Quisiera ser un pez. Pero no para tocar mi nariz en su cintura, ni hacer burbujas de amor por donde quiera, como decía aquella canción de amor de Juan Luis Guerra. Quisiera ser un pez para olvidar. Dicen que los peces no tienen memoria y que no guardan recuerdos a medio y largo plazo. Los acontecimientos se borran de sus cerebros poco después de haber ocurrido. Un Alzheimer en bucle que les sume en el desconocimiento una y otra vez.

Si yo fuera un pez sin duda perdería muchos buenos recuerdos... y eso no me gustaría porque yo en líneas generales me jacto de haber sido una persona bastante feliz, pero por otro lado viviría muchas cosas con la ingenuidad y la ilusión de la primera vez y eso también está bien. Porque a pesar de que mi aspecto o mis ademanes a veces sugieren lo contrario soy, como me dijeron una vez, un alma de cántaro, aunque actualmente eso en lugar de positivo, sea perjudicial.

Convertirme en pez me serviría para olvidar tantos malos episodios, tanta amargura asociada a una persona en concreto, tanto dolor... un dolor que fue capaz de partirme el alma en dos; mucho me temo que para siempre. Quisiera ser un pez para ser como era antes, para recuperarme de una vez por todas y para siempre... para que esta memoria mía me dejara un poco en paz. Y para no sentir que mi maquinaria no se arregló del todo y que a pesar de los parches nunca funcionaré bien.

Quisiera ser un pez y soy un elefante.

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